
En los días que llevo en el sendero no he tropezado con ningún moderno Prometeo, o incluso con un simple Epimeteo, porque me hubiera gustado preguntarles si el castigo que los dioses impusieron a los hombres a través del ánfora de Pandora ha sido eliminado o, al menos paliado, por el avance del conocimiento humano. Por lo que he visto sé que la esperanza aún permanece encerrada, y que no hay más sordo que el que no quiere escuchar sino el canto de las sirenas.
Aunque no dejaba de ser un mito en la antigua Hélade todavía hoy persiste parte de la leyenda, y aún hay libros que recogen el mal realizado por las mujeres, ¡como si los hombres fuesen seres perfectos y plagados de virtudes! Ha de suponerse que los sabios, o los hombres de religión –aún más sabios por sibilinos- toman de las leyendas lo que les conviene para perpetuarse y perpetuar el poder. Así, los males perduran porque les son necesarios a los poderosos para someter a los pueblos que, por principio, deberían gobernar con mano dulce y justa. Ya no se sitúan en primera línea de la falange, sino que se escudan tras miles, millones de guerreros, escribas y comerciantes que defienden sus egoístas intereses. Tienen el ánfora de Pandora a buen recaudo, y quieren evitar que nadie la destape para que la Esperanza jamás se extienda sobre la Humanidad.
¿Qué mayor castigo querían los dioses para con Prometeo, sólo por el hecho de enseñar el fuego y el uso de la semilla a los hombres? ¿Qué mayor castigo que expulsarlos del Edén por comer del árbol de la sabiduría? Al final todos los males proceden, no de dioses lejanos y variables según las razas y los tiempos, sino de los gobernantes que necesitan someter a sus súbditos a la ley de la pura subsistencia y la obediencia ciega.
Cuanto más conozco este mundo nuevo más lo concibo como un remedo del pasado. Siento que el aire que respiro está viciado por siglos de repetidos errores.
Aunque no dejaba de ser un mito en la antigua Hélade todavía hoy persiste parte de la leyenda, y aún hay libros que recogen el mal realizado por las mujeres, ¡como si los hombres fuesen seres perfectos y plagados de virtudes! Ha de suponerse que los sabios, o los hombres de religión –aún más sabios por sibilinos- toman de las leyendas lo que les conviene para perpetuarse y perpetuar el poder. Así, los males perduran porque les son necesarios a los poderosos para someter a los pueblos que, por principio, deberían gobernar con mano dulce y justa. Ya no se sitúan en primera línea de la falange, sino que se escudan tras miles, millones de guerreros, escribas y comerciantes que defienden sus egoístas intereses. Tienen el ánfora de Pandora a buen recaudo, y quieren evitar que nadie la destape para que la Esperanza jamás se extienda sobre la Humanidad.
¿Qué mayor castigo querían los dioses para con Prometeo, sólo por el hecho de enseñar el fuego y el uso de la semilla a los hombres? ¿Qué mayor castigo que expulsarlos del Edén por comer del árbol de la sabiduría? Al final todos los males proceden, no de dioses lejanos y variables según las razas y los tiempos, sino de los gobernantes que necesitan someter a sus súbditos a la ley de la pura subsistencia y la obediencia ciega.
Cuanto más conozco este mundo nuevo más lo concibo como un remedo del pasado. Siento que el aire que respiro está viciado por siglos de repetidos errores.